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Dialéctica urbe-natura en la época COVID
Mónica Rodriguez Novoa
Opinión de una vecina de Tres Cantos
Después de un año con los parques cerrados y tras la presión ciudadana ejercida durante esta última temporada, el ayuntamiento de Tres Cantos ha procedido a la reapertura de los parques infantiles. Podemos decir, que la ciudadanía ha reconquistado un espacio de pertenencia.
Me gustaría escribir una pequeña reflexión sobre la extrema importancia de esta noticia no sólo para los padres, que según el ayuntamiento acudíamos masivamente a estas zonas, sino para la ciudadanía: Los municipios deben garantizar el juego a los niños, independientemente de su condición física, social y económica simplemente porque es un Derecho fundamental (art. 31) recogido en la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Derecho que dicho ayuntamiento ha vulnerado durante un año, al no haber estado perimetrado ni confinado sin establecer ningún protocolo con medidas alternativas en espacios abiertos, en una ciudad con un planeamiento urbano como la nuestra.
Hay que recordar que Tres Cantos es un proyecto gestado en los años del desarrollismo, 1971, y a pesar de ello, es de las pocas que fue planificada para hacer de ella una ciudad integral, (autosuficiente y equilibrada), en la que se pudiese vivir, trabajar, y disfrutar de una calidad de vida superior a la que normalmente ofrece una ciudad de esas dimensiones[1]. Es más, me atrevería a decir que Tres Cantos ha dado un paso más al incluir en su urbanismo ambientes más próximas a la naturaleza, pulmones verdes que no sólo introducen belleza, luz y oxígeno, sino mejorando la calidad de vida económica, social, cultural y medioambiental de sus ciudadanos.
Curiosamente, es en esos pulmones verdes donde se encuentran muchos espacios de ocio y esparcimiento para una ciudadanía donde la población menor de 18 años equivale al 20% y al cerrarlos, no sólo consiguieron negarnos el acceso a las zonas verdes/ocio de proximidad, sino que nos devolvieron a un entorno coercitivo de baja calidad del que adolecen muchas ciudades contemporáneas. Muchos eran los niños que tomaban la alternativa de trepar árboles, pintar aceras o utilizar otros equipamientos de la ciudad que no estaban diseñados para dicha función con lo que, a veces, el desenlace no era el esperado. Está demostrado que el área de juegos infantiles está debidamente acondicionada para proporcionar un juego seguro y que contribuyen a mejorar el bienestar físico y psicológico de los ciudadanos del mañana y al cerrarlos trasladamos dicha actividad -porque los niños siguen estando ahí – a otros espacios cementados donde la vida puede volverse menos confortable, tanto para esos niños cuyo comportamiento ha sido ejemplar durante el confinamiento y que no entienden el adulto-centrismo que reiteradamente manifiesta este ayuntamiento al promover actividades de pago en interiores con el riesgo de contagio por aerosoles, etc.; como para ciudadanos que encuentran inadecuada en el mobiliario urbano tricantino la expresión artística realizada con una técnica tan efímera y antigua como es la tiza, llegando a tildarlo incluso de acto vandálico, aun cuando esta se elimina fácilmente sin incremento alguno presupuestario.
En España, somos muchos los que no entendemos la fijación de los políticos con los parques, cuando son espacios seguros y necesarios que actúan como regeneradores urbanos del entorno y no podemos utilizar un contratiempo para incrementar desigualdad o convertir las terrazas- que están invadiendo un considerable espacio público- en la única alternativa al ocio. Muy al contrario, debemos utilizar esos espacios públicos abiertos, donde según los últimos estudios el riesgo de contraer coronavirus es inferior que, en los espacios cerrados, para crear una nueva ciudad post-Covid y ¿cómo hacerlo?; planificando medidas alternativas y no sólo prohibiendo o clausurando.
Como medidas alternativas podemos entender la creación de un protocolo que restrinja aforo, señalice las áreas de juego para asegurarse del mantenimiento de la debida distancia de seguridad interpersonal entre los usuarios, refuerzo de limpieza y desinfección de dichos espacios que, de sobra está demostrado, contribuyen enormemente al bienestar de la ciudadanía, etc. Pero, claro esas medidas requieren una planificación e inversión.
En mi opinión, el COVID nos viene a decir que en un mundo global ya no sirve que el impacto ambiental deba ser neutro, sino que tiene que ser resiliente y sostenible de verdad, no sólo en el papel, especialmente en urbanismo donde todos los proyectos, ya sean de creación o regeneración, deben dar respuesta a los principales retos derivados de la superpoblación y el cambio climático, así que debería ser un compromiso institucional el dirigir las políticas a reinventar nuestras ciudades actuales y convertirlas en lugares más saludables que proporcionen nuevos espacios públicos de encuentro y actividad y que permitan conectar e implicar a la gente con el barrio. Dejemos de trasladar la actividad pública sistemáticamente al ámbito privado porque resulta inmoral. Desde el desconfinamiento, con la clausura de muchos espacios para la ciudadanía bajo la excusa de la crisis sanitaria, muchas actividades fueron trasladas al ámbito privado sin haber invertido ni un céntimo en convertir dichos espacios, en espacios seguros COVID-19. Por ejemplo, parques cerrados versus teatro al 70% de su capacidad, patinaje al que sí muchos acudían masivamente versus skatepark cerrado; parques cerrados versus asiento oso en feria artesanía navidad para que los niños se hagan la foto o, el mejor, photocall navideño para meter la cabeza y sacarte una foto sin ningún dispositivo para proceder a su desinfección.
Fernández.
Ceder dichos espacios públicos al modelo neoliberal es destruir la libertad individual de los ciudadanos y reivindicarlos a través de la participación ciudadana es ya casi una obligación. No debemos permitir que las transformaciones urbanas sean promovidas por el discurso del miedo y la inseguridad, sino que debemos dirigir las nuevas políticas urbanas a crear espacios de construcción y participación ciudadana, aumentando sus espacios verdes tanto en la diversidad de su biomasa como en superficie. Así que, ya que nosotros tenemos el gran lujo de poder disfrutarlas en este momento, invirtamos en ellas, en su saneamiento, hagámoslas espacios seguros y volvamos a construir ciudadanía.
[1] Tres Cantos. 20 años de historia (1971-1991). Mónica Egea-Donato Fernández.
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