La Educación se tiene… o no se tiene

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Que los ánimos están caldeados en la sociedad es algo que se palpa en el ambiente. Constantemente se ve en medios de comunicación o en redes sociales cómo cabezas de lista o políticos de alto nivel descalifican al contrario porque no saben cómo ganar electorado nuevo.

Siempre he sido de la opinión de que un buen político no debe atacar al adversario sino que debe hablar de su programa electoral… y cumplirlo.

Que el presidente de un partido político se salte el cordón policial que le separa de sus detractores para encararse con ellos y tener así una excusa para victimizarse después no debería ser noticia. Que se le dé cabida o cobertura informativa a los individuos que insultan, descalifican o echan por tierra al contrario es un error. Siempre he dicho que el insulto es el recurso de aquel que pierde el ingenio. Del que no sabe cómo defender su postura o no tiene herramientas para ello.

Todo esto viene a raíz de un hecho sucedido en Tres Cantos el pasado 17 de abril. Un sábado soleado y fresquito. Víspera del inicio de la campaña electoral.

Como ya viene siendo habitual, paseando por la calle me encontré con los integrantes de un partido que compite en las elecciones autonómicas y me paré a saludar a los vecinos que estaban allí, a los que conozco de los Plenos del Ayuntamiento. Cuál sería mi sorpresa cuando una de las mujeres que estaban en él se acercó a darle un panfleto político a un hombre que pasaba con un niño de la mano y este le espetó con un: “Sólo tenéis un 6% y no deberíais estar aquí. Vais provocando. Sois unos sinvergüenzas”.

Así, sin más. Parece ser que el simple hecho de acercarle un panfleto con contenido político que estaba en las antípodas de su pensamiento ya era una provocación y la persona que se lo acercaba era una sinvergüenza e iba provocando.

Naturalmente todos nos quedamos pasmados y le recriminamos su actitud (mal hecho, lo reconozco y lo reconocimos después todos), por lo que el individuo fue subiendo el tono de su “argumentario” y de su voz. “Sois todos unos sinvergüenzas… y todas”, añadió creyéndose ingenioso al usar el lenguaje inclusivo.

Aquel hombre me dio una pena inmensa. Y más su hijo, un niño de unos seis años que permanecía en silencio viendo cómo su padre, con una total y absoluta carencia de educación y asertividad, provocaba a los miembros de ese partido político mientras decía: “Os merecéis que os apedreen”.

Así, sin vaselina. Como justificando el ensañamiento, la ira y el castigo o la violencia contra otros seres humanos cuyo único crimen había sido darle un panfleto.

Los que me conocen saben perfectamente que yo tengo amigos de toda condición política con los que hablo de todo. ¿Por qué? Porque a pesar de tener diferentes puntos de vista, son esos puntos de vista los que pueden hacer enriquecedora una conversación. No todos tenemos la razón siempre, ni sobre todo.

Me dio pena el niño, educado por un cavernícola del que aprenderá que el insulto está bien cuando te dan un papel. Me dio pena pensar que esa educación que recibe de su padre pueda no ser algo anecdótico, sino continuado. Que ese niño pudiera convertirse en un futuro en un pequeño tirano capaz de coger la piedra para lanzar al que piensa diferente.

Hace semanas, paseando por la misma zona, me encontré los integrantes de otro partido político diametralmente opuesto a mis ideas. Pero, como los conocía y me llevo bien con ellos, me paré a hablar. “¿Quieres firmar esta petición al Congreso?”, me preguntaron. Cuando supe de qué trataba, decliné amablemente su oferta al no estar de acuerdo. Supongo que esa es la diferencia entre los que salen de la caverna (el individuo), y alguien educado en el respeto al prójimo.

Evidentemente no se puede tener todo todos los días, pero mi madre siempre dice que la educación no está reñida con nada. Y hay que saber respetar. Aunque no te guste lo que dice el contrario hay que respetarlo. Y si conseguimos hacerle cambiar de opinión, que sea siempre usando el diálogo y el respeto.

Si quieres respeto, da respeto.