Guillermo es un chico joven. Un enfermero del Centro de Salud de Embarcaciones de Tres Cantos, que sabe hacer de su trabajo un alivio para los pacientes a los que atiende con amor, dedicación y alegría.
Cuando el jueves 12 de marzo de 2020 (al principio de todo), caí enferma de Covid-19, no sabía que iba a conocerle. No sabía que iba a ser una de las pocas cosas buenas que tendría el pasarme cinco semanas convaleciente con fiebre, toses, anosmia, problemas gástricos, cefaleas, náuseas, dolores musculares, agotamiento, dolores de pecho, dificultades para respirar, llagas en la lengua, eccemas…
Guillermo conseguía levantarme el ánimo cada día con su llamada de teléfono rutinaria. Con su voz amable y sus cariñosas palabras de aliento.
Me preguntaba por mis síntomas y por si necesitaba algo. Sabía que vivía sola y vivir sola una pandemia (y más estando enferma), conlleva una carga aún más pesada para quien la sufre: la soledad.
Las llamadas eran diarias durante los primeros doce días (los primeros siete días eran dobles), pero se fueron espaciando poco a poco: cada dos… luego cada tres… Hasta que recibí el alta y pude reincorporarme al trabajo.
Guillermo desapareció de mi día a día, pero seguía recordándole con mucho cariño.
En diciembre pedí cita para ponerme la vacuna de la gripe, aconsejada por la médica de mi empresa.

Me planté en el Centro de Salud de Embarcaciones y esperé en la Sala de Espera. Había una mujer que había entrado delante de mí y con la que estuve conversando tranquilamente mientras la llamaban.
Cuando lo hicieron me quedé helada al escuchar esa voz. Era la misma que tantas veces me había hablado durante cinco las semanas que estuve enferma.
Cuando me tocó el turno y entré, ahí estaba él.
Le pregunté si se llamaba Guillermo. Me dijo que sí, “el pesado del teléfono”, añadió con una alegre sonrisa bajo su mascarilla. Tenía abierto mi historial en el ordenador, por lo que deduje que sabría quién era yo y porqué lo preguntaba.
Le agradecí infinitamente su labor. Su trato. Sus consejos. Y ese sentido del humor con el que me llamaba todos los días para controlar el bicho y para darme ánimos sabiendo que estaba sola.
Me hizo una ilusión tremenda conocerle en persona. Me emocionó de verdad. Y él, a pesar de quitarle hierro a su actitud diciéndome “es mi trabajo”, se le humedecieron los ojos con mis palabras.
Ojalá todos los que hayan contraído Covid, lo tengan ahora o lo vayan a contraer puedan contar con un Guillermo en su vida. O una Ana. O una María. O un Enrique… Da igual el nombre. Guillermo fue quien me cuidó a mí con una dedicación exquisita, con un mimo maravilloso. Y estoy segura de que Guillermo lo hace con todos los pacientes. Al igual que Lucía, Marcos, Natalia, Germán… o cualquier otro Guillermo. Da igual el nombre.
Cuidemos a los que nos cuidan. Da igual el nombre. Agradezcámosles su labor. Que cuando todo esto termine se sientan mimados y agradecidos por todo el amor y dedicación que nos han dado.
Cuando todo esto termine tendremos mucho que agradecer a todos los que han estado en primera línea.
Ojalá no tuviéramos que necesitarlos en una situación así, porque eso significaría que ya no hay pandemia. Pero, hasta que todo eso ocurra, cuidémoslos. Mimémoslos. Agradezcámosles su trabajo. Porque necesitarán todo nuestro cariño cuando esto acabe.
El mundo es mejor con gente así. Así que, más Guillermos, por favor.
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